LA MORTAJA DEL JAZMÍN
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La Mortaja del Jazmín (Siria)
Museo Bellas Artes de Castellón
06/10/2015 - 04/11/2015
Huele a jazmín…
Las nubes se disuelven
bajo las estrellas
¿Sabe el hombre reconocer un paraíso cuando se le entrega? No fue así en el caso de Siria, Tierra del Jazmín, flor de la belleza, pureza y bienestar emocional, cuyo aroma cautiva, libera la tensión y disminuye el dolor de quien a ella se aproxima. En Siria, Dios hizo entrega a los musulmanes de la Yanna y a los cristianos del Jardín del Edén, convirtiéndolos así en jardineros de un nirvana de belleza y poesía, de un jardín de las delicias. Ahmed Keshta (Giza, 1978) representa en esta instalación su particular visión de este paraíso de delicados jazmines que la mano del hombre torna esquizofrénico. Frente a la delicadeza, suavidad y sensualidad de las flores vemos a un rudo y esquemático hombre de madera, un jardinero carente de toda sensibilidad que enloquece cuando llega la primavera a su preciada tierra. Dicho hombre encarna a un combatiente de cualquiera de las facciones que actualmente han transformado los jazmines en balas y su fragancia en olor a sangre y metralla. Al llegar la llamada Primavera Árabe, el jardinero, en vez de convertir Siria en un esplendoroso vergel, trágicamente enloquece y, creyéndose Dios e intérprete de la voluntad de jardín, decide darle una nueva forma sin haber determinado cuál y sin haber consultado a la tierra previamente. Y así comienza, en el paraíso, un caos que dura ya cuatro años, un entramado de intereses y conflictos que crea una monstruosa telaraña sobre el edén, según unos para protegerlo y, en opinión de otros, para destruirlo. En cualquier caso, ¿qué queda ya por destruir o salvar? El jardín ha quedado sepultado por una mortaja que nació con intención de convertirse en un suave manto que cubriese la nueva tierra y terminó siendo un sudario. ¿Quién lo tejió? ¿Fue el jardinero? Si así fuese, ¿supo que era el paraíso lo que tenía entre sus manos?
En esta instalación pueden apreciarse los rasgos más característicos de la obra de Keshta como son el empleo de un lenguaje visual sutil y poético, en muchas ocasiones monocromo, como en este caso, para plantear interrogantes extremos y chocantes sobre situaciones límite y contradictorias. Encontramos también reminiscencias de otras creaciones del artista en el empleo de la flor como encarnación de un simbolismo de contrarios. Así, en una instalación anterior, Burned CD, Keshta creó un campo de amapolas terriblemente bellas a la vez que trágicas, ya que estaban hechas de Cds fríos y metálicos que remitían a las sensaciones psico-físicas de la radioterapia a la que el artista se sometió en el pasado. El arte de Keshta, pese a las duras realidades que refleja, lejos de ser combativo, es poético; no intenta salvar el mundo sino el alma del espectador individual empleando la belleza como alquimia. Y es en esas nuevas almas conversas donde germinarán los auténticos jardines.